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La crisis de los océanos exige un nuevo tipo de ciencia

En esta tribuna colectiva, científicos interdisciplinarios convocados por el Consejo Científico Internacional a través de su Grupo de Expertos sobre el Océano argumentan que los científicos deben ir más allá de los roles tradicionales adoptando un enfoque más comprometido, colaborativo y orientado a las soluciones.

El océano es fuente de vida y resiliencia Para las personas y las culturas, para los medios de vida, para la estabilidad climática. Pero se encuentra bajo una presión creciente: sobrepesca, calentamiento, contaminación, acidificación, desoxigenación, fenómenos climáticos extremos; todo ocurre simultáneamente y, a menudo, interactúa. El océano se precipita hacia cambios catastróficos con efectos cada vez más impredecibles y repentinos.

Como científicos oceanográficos, hemos documentado estos cambios en detalle y hemos estado haciendo sonar la alarma durante décadas, pero aún no se han tomado medidas políticas significativas.

Para ayudar a cerrar la brecha entre lo que la humanidad debe hacer y lo que estamos haciendo, necesitamos replantearnos nuestro papel como científicos: no solo para aportar conocimiento e ideas, sino como participantes activos del cambio. Esto requerirá cambios estructurales en nuestra forma de trabajar, nuestra financiación y formación, y nuestra forma de medir el éxito.

Alianzas oceánicas

Debemos ir más allá de informar las políticas y ayudar activamente a dar forma a las respuestas a los complejos problemas que enfrenta el océano.

Los científicos oceánicos deberían forjar alianzas más sólidas con la sociedad civil, el gobierno y las comunidades indígenas y locales, involucrándose más y con mayor prontitud. Al ampliar las colaboraciones con más actores, podemos contribuir a soluciones más eficaces y equitativas.

Hemos visto muchos ejemplos sólidos de este tipo de trabajo. En Belice, científicos oceánicos trabajaron con pescadores, guías turísticos y el gobierno para desarrollar un proyecto de restauración de corales con algunas de las tasas de supervivencia a largo plazo más altas documentadas en la región. La Alianza OceanCanada conectó a comunidades indígenas, ONG, legisladores y científicos, ampliando el conocimiento con más de 200 publicaciones y contribuyendo a las estrategias nacionales oceánicas y económicas.

En toda Europa, investigadores y autoridades gubernamentales han movilizado a científicos ciudadanos para monitorear las floraciones de algas peligrosas, mejorando así la respuesta de salud pública y dotando a la ciudadanía de conocimientos y herramientas para afrontar las amenazas a la salud de los océanos. En el vasto Parque Marino Mayala de Australia, científicos, gobiernos locales y comunidades indígenas colaboraron en un plan para proteger la biodiversidad y el patrimonio cultural, a la vez que gestionan el uso comercial y recreativo del suelo.

Estas colaboraciones requieren trabajo y financiación adicionales. Pero la experiencia demuestra que valen la pena, tanto por la calidad de la investigación como por su impacto práctico.

Llamando la atención

Estos proyectos demuestran el valor de la interacción temprana con los responsables políticos y el gobierno. Podemos hacer nuestro trabajo, producir investigaciones rigurosas y publicar artículos, pero hay demasiado en juego como para detenernos ahí.

La ciencia debe seguir siendo independiente, para ser libre de criticar las políticas y la gobernanza, pero podemos mantener nuestra integridad al mismo tiempo que comunicamos y diseñamos nuestro trabajo de maneras que tengan más probabilidades de lograr que los responsables de las políticas escuchen y actúen, e involucren a ellos y a otros actores relevantes de maneras reflexivas.

Parte de esto empieza por cambiar nuestra perspectiva sobre la participación: en lugar de considerar abstractamente "gobierno" o "responsables políticos", deberíamos ser específicos sobre a quién queremos atraer la atención. ¿Qué los motiva y cómo pueden involucrarse? Incluso la participación a corto plazo puede influir en las políticas y la financiación.

Al mismo tiempo, hemos visto muchos beneficios de una mayor participación comunitaria. Abrir el telón e incorporar a la gente al proceso fortalece la confianza en la ciencia, lo cual es especialmente importante en un momento en que nos enfrentamos a la persistente desinformación sobre el clima y el medio ambiente. Animar a la ciudadanía a participar e informar sobre la ciencia que les resulta relevante puede optimizar nuestra investigación y hacer que las políticas derivadas de ella sean más eficaces y equitativas. Este sentido de responsabilidad compartida anima a la gente a seguir participando y a impulsar más acciones.

En Noruega, los erizos de mar invasores están arrasando los bosques de algas, parte de ecosistemas marinos vitales. Mucha gente se ha entusiasmado con una idea sencilla: zambullirse y destrozarlos a martillazos. Con las decenas de miles de kilómetros de costa sinuosa de Noruega, ¿es esta la solución perfecta? Como la mayoría de los problemas, este no se puede resolver con un simple martillo, pero hay otra lección: encontrar el equilibrio entre lo que la ciencia y la tecnología pueden hacer y lo que involucra emocionalmente a las personas.

Haciéndolo personal

Parte del desafío que enfrentamos es la inmensidad del océano y la magnitud de las amenazas que enfrenta. Necesitamos acercar la ciencia a la gente, conectar a la gente con los problemas y las soluciones, y demostrar que, si bien estos sistemas son complejos, no son ilimitados.

Podemos empezar explicando la importancia del océano no solo en términos ambientales, sino también para la vida de las personas, el empleo, la salud y la seguridad alimentaria. Disponemos de numerosas herramientas científicas que podemos utilizar de forma más estratégica: la colaboración interdisciplinaria con sociólogos del clima, científicos del comportamiento y educadores puede ayudar a comprender las opiniones y narrativas que motivan la acción (o la inacción) y cómo podemos comunicarnos de forma más eficaz.

Esto es mucho, y es importante que no atribuyamos toda la responsabilidad a científicos individuales. Muchos simplemente intentan sobrevivir en el sistema, y ​​nos encontramos ahora en un momento excepcionalmente difícil para la ciencia.

Podemos empezar a mejorar esto analizando cómo definimos y reconocemos el impacto. ¿Qué pasaría si evaluáramos el trabajo no solo por los artículos publicados, sino también en términos de los responsables de la toma de decisiones o las comunidades involucradas? Cambiar las métricas de éxito podría ampliar el tipo de investigación que elegimos (y podemos permitirnos) priorizar.

También debemos pensar en cómo se asignan los fondos y enfatizar la colaboración interdisciplinaria que nos permita aportar más perspectivas y experiencia, en lugar de esperar que cada científico equilibre cada vez más tareas que exigen habilidades diversas.

Y, por supuesto, los gobiernos y las instituciones necesitan brindar más apoyo, dinero y respaldo para ayudar a que este compromiso más profundo sea posible.

Atravesamos un período extraordinario de crisis ambientales, sociales y geopolíticas entrelazadas. Las ciencias oceánicas pueden ser parte de la solución, no solo a los enormes desafíos ambientales que enfrentamos, sino también fomentando la colaboración que puede contribuir a la comprensión, la solidaridad global y la diplomacia.

A medida que la ciencia y la infraestructura que la respalda se ven cada vez más marginadas, desfinanciadas o politizadas, es vital defender nuestro papel en el corazón de una gobernanza justa, inclusiva y con visión de futuro.

Se les exige mucho a los oceanólogos, ya que este campo aborda problemas sociales y ambientales urgentes. A veces, puede parecer que nuestras advertencias pasan desapercibidas. Pero no podemos dejar de esforzarnos. El futuro del océano y de las sociedades que lo sustentan depende de ello.

Este artículo fue publicado originalmente por SciDev.Net el 13 de junio de 2025. Lea la publicación original. aquí.


Imagen por Egor Kamelev on Pexels.

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